Artículo publicado el domingo 27 de noviembre.
Como se lo cuento. Pasan de las dos de la tarde de hoy mismo (por ayer sábado), y estoy enfrentado a mi Ibook más seco que la credibilidad de Pepiño Blanco. En el salón de mi refugio madrileño, con un sol tibio que ataca por detrás, por la espalda, y al que caigo rendido de placer. Una cervecita bien fresca y una excelente longaniza payesa me amenizan los sentidos y las lorzas. Coches que van y vienen es lo único que se deja oír. Debe ser verdad eso que dicen de que en la felicidad uno se encoge de inspiración, que se atonta, que se ablanda. Quizás. A mí me ha pasado esta semana. Ha sido una semana divertida, sin estridencias, pero interesante. Tuve visita durante un par de días de amigos de verdad: Peru, que aterrizó en Madrid desde Sudáfrica haciendo escala en Londres; y un tal Walter, uno de Porrúa, el hombre que susurraba a los micrófonos creo que le llaman por el norte de España, o lo que sea ésto. Entre disfrutar con Peru cuando me contó, con los ojos como dos pantallas del Cine Exín, la inmersión en una jaula presenciando como un tiburón blanco, a cinco metros de él, devoraba una cabeza de atún; y los debates a voz alzada con Walter sobre la superioridad, según él, del Real Madrid sin Ronaldo sobre un Barcelona sin Messi, uno se distrae y se lo pasa en grande. Y abandona la lectura de los periódicos, y deja de ver las noticias en los telediarios, y no escucha las tertulias radiofónicas... Y dejas de vivir en este mundo para recuperar, aunque sea por un instante, tu propio mundo, el que nunca deberíamos dejar de vigilar y proteger.
Así que estoy relajado, tranquilo, apurando este folio con ustedes y mirando de reojo al reloj que me dará el pistoletazo para iniciar la carrera al teatro cuando llegue la hora. Hoy toca doble función.
Desde el hígado escribo mejor que desde el corazón, con más fluidez.
Podría hacer leña del árbol que no se llegó a plantar. Datos contumaces tengo para ello, para contarlos, analizarlos y avergonzar -perdón por el optimismo, éstos no se ponen colorados ni yendo al médico sin cambiarse de muda-, a toda la ralea antropófaga que anda a bocados al grito de “que el último cierre la puerta”.
Pero hoy no toca. Hoy toca pensar que sigue habiendo motivos, y que siempre los habrá si sabemos hurgar en los cajones adecuados, para seguir trabajando más y cobrando menos sin perder la sonrisa de la boca. Y en estos días puñeteros, ser capaces de sacar lo mejor de nosotros y no lo más miserable. De nosotros depende.
cambia de camello,amigo
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