La igualdad, con el paso del tiempo del reloj de Zapatero, al que daba cuerda el PSOE, se ha convertido en la enemiga pública número uno de la libertad. Por definición, la libertad genera desigualdades. Porque cuando uno escoge, libremente, el camino a seguir, el trabajo a realizar, el tiempo dedicado a los menesteres escogidos, los apoyos seleccionados para no perder el equilibrio y la cantidad de sudor invertido en la carrera, los resultados son, o deberían de ser, totalmente distintos, desiguales. Y si no fuera así, para qué esforzarse, para qué sudar si el marcador, al final del tiempo reglamentado, siempre va a reflejar empates. Esa igualdad chapucera que nos hace coincidir por el extremo inferior de la vara de medir, nos empobrece, nos desmotiva y, lo que es peor, nos envilece.
Decía Santos Discépolo, en su maravilloso tango Cambalache, referido al siglo XX, que perfectamente se puede aplicar a lo que llevamos gateando del siglo XXI, que “hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor,/ ignorante, sabio, chorro, generoso, estafador./ Todo es igual, nada es mejor,/ lo mismo un burro que un gran profesor./ No hay aplazaos, ni escalafón,/ los inmorales nos han igulao./ Si uno vive en la impostura/ y otro roba en su ambición,/ da lo mismo que sea cura,/ colchonero, Rey de Bastos,/ caradura o polizón.
Y todo el mundo tiene derecho a todo. El maná cae del cielo, la ropa crece en los naranjales, las viviendas son accidentes orográficos del terreno, la sanidad es un acto filantrópico, la educación un trámite que cualquier zote puede superar y la fiesta un derecho adquirido al que se subvenciona para regocijo de la plebe.
La igualdad ha arrasado a la cultura del esfuerzo, de la valía y de la excelencia. Y hay tanta gente apelotonada en la puerta de salida, que ya no sale ni Dios.
¿Igualdad? Por supuesto. Igualdad en una educación universal, gratuita y de calidad; en una sanidad de primer nivel y para todos; ante una justicia rápida, independiente y que no escape de ella ni el yerno del Rey; y a partir de aquí, como dicen los pasiegos, la vaca por lo que vale.
La igualdad sin justicia es socialismo puro y duro; la justicia igualitaria, es equidad ¿Es justo, por ejemplo, que un profesor universitario llegue al aula, suelte su discursillo en diez minutos y desaparezca de la faz del campus; mientras otro docente, mucho más responsable, se quede su hora completa, dé toda clase de explicaciones y reciba en su despacho a cualquier alumno para lo que sea menester, y ambos cobren lo mismo?
Recuerdo aquel anuncio de neumáticos que rezaba: la potencia sin control no sirve de nada. Pues eso: la igualdad sin compromisos individuales, elegidos libremente, es una ruina.
Hola Felisuco!!
ResponderEliminarComentarte solamente un ejemplo de lo que pasó en nuestra clase. Te explico: estudio 3º de enfermería en la Universidad de Santiago de Compostela. Hasta ahí todo bien ("bien"). Resulta que el año pasado una profesora nuestra venia a clase, daba unos quince minutos de la misma, y se largaba (sin tener en cuenta que la clase duraba 2 horas). Otros días nos dejó plantados porque no se había acordado de nosotros... y bueno, lo último es que ella era la organizadora del tema de Erasmus, y resulta que al final l@s chic@s que decidieron ir de Erasmus tuvieron que hacer ellos TODOs los trámites para poder inicializar el curso en los otros países. Es decir, un caos.
Nada, anécdotas que me apetecía contarte.
Un saludo!