Que el pacto de gobierno PRC-PSOE es una vergüenza moral, sólo se le escapa a aquellos que, o bien ríen las gracietas de Revilla -en su derecho están-, o bien están aferrados al pezón de la teta de la vaca pública, ésa a la que entre todos pagamos el pienso y el forraje. Y es una vergüenza moral porque este cónclave de zorros y gallinas nació con el único propósito de pillar cacho, en el equipo socialista; y con la adquisición de la poltrona para Revilla, para disfrute, no del PRC, sino del propio Revilla. Y sólo así, el entonces líder de la tercera fuerza política, con la humillante cesión del segundo partido de la región, se convirtió, por primera vez en la historia de la democracia, en presidente de Cantabria. Y desde entonces el PSOE-PSC en caída libre, y el Cantamañanas, a través de su populismo cavernario, suma que te suma.
No, no… Es que en democracia son legítimos los pactos. Sin duda alguna. Todos aquellos pactos de gobierno que se basan en la solución de algún problema concreto -como en el caso vasco-, o que se desarrollan desde posturas homogéneas -como el caso del tripartito-, tienen un sentido programático, tienen carga ideológica. Tienen una razón de ser más allá que el mero asalto al poder, como en el caso de Cantabria. Es como si llegado el día del Clásico, el Real Madrid y el Atlético compartieran sus jugadores para vencer al Barcelona. Ningún aficionado, merengue o colchonero, aprobaría dicho disparate. Otra cosa muy distinta sería compartir objetivos comunes, como defender la camiseta de la Selección Nacional. Pero en el caso que me ocupa, por más que miro, no veo más que intereses particulares.
Y de esta coyuntura nace un tremendo desazón en muchos votantes, tanto del PRC como del PSOE. Los regionalistas, gentes mas inclinadas hacia la derecha, hacia el liberalismo, saben que votar a Revilla es dar oxígeno a Gorostiaga, la representación en Cantabria de la era Zapatero, y no les hace nada de gracia. Más bien al contrario. Y los socialistas, cada vez menos, tienen la certeza de que votar a su partido es mantener a Revilla en la Noria. Y claro, les remueve las tripas. No a todos, es verdad, pero sí a la inmensa mayoría de los que han hablado conmigo. Y esa inmensa mayoría, con gesto perturbado y en voz casi baja, acababa confesándome que llegado el momento de la verdad, y presos de una absurda lealtad a quien no tiene el más mínimo conocimientos del significado de dicha palabra, se tragarán su desazón y votarán en consecuencia. Lo de siempre.
Esto es la democracia: libertad para votar a quien te salga de las pelotas y libertad para decir lo que se piensa.
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