Los tienen cuadrados. Y de plomo. Tras el anuncio del ministro Montoro de incluir en la Ley de Transparencia responsabilidades penales para aquellos desalmados, léase políticos manirrotos y despilfarradores, que gasten más de lo presupuestado, llevando a sus conciudadanos a cargar con deudas durante quinquenios y quinquenios por sus decisiones irresponsables, han saltado desde la izquierda y desde los medievales nacionalismos, con la virulencia de Sergei Bubka, contra esa ley por la que la mayoría de los españoles suspiramos.
He de reconocer, muy a pesar mío, que cuando vea a algún político entrar en la trena por haber tomado decisiones irresponsables, poniendo en un brete la economía y el sostenimiento del llamado estado del bienestar, seré feliz. No porque un señor vaya a la cárcel, que no se lo deseo a nadie, sino porque volveré a creer que en este país, como en los países civilizados, en que la hace la paga.
También cabe recordar que tanto el PSOE como el PP estuvieron de acuerdo en la reforma del Código Penal, que entró en vigor en diciembre de 2010, y donde eximieron a los gestores públicos de cualquier responsabilidad penal durante su mandato, incluyendo en esta exención a partidos políticos y a sindicatos. Con dos pelotas y sin ponerse colorados.
Cualquier empresario o autónomo que tome decisiones que pongan en peligro su empresa, o que oculte facturas, o que se salte la ley sufrirá, con el peso de mil Faletes, las iras de la Administración o el escarmiento judicial correspondiente. Y mientras, los intocables de Elliot Ness, construyendo aeropuertos fantasmas; olvidando naves escondidas donde ocultar el despilfarro que a muchos enriqueció; inaugurando palacios de deportes y de congresos y exposiciones que quedarán desiertos; repartiendo subvenciones estúpidas como quien reparte forraje para su ganado; inventándose empresas públicas que esquivan el control parlamentario donde colocar a sus correligionarios a costa de nuestros costillares; pisoteando los presupuestos y disparando el déficit allá donde a ellos, sencillamente, se la suda; distribuyendo tarjetas de crédito sin límite que nos han llevado al límite de nuestra paciencia. Por esto, y por muchas cosas más, cuando vea a uno de esos intocables entrar en el talego aplaudiré con las orejas.
Y si lo hicieran con carácter retroactivo, cosa que no harán porque muchos de ellos se sentarían delante de un juez, mejor que mejor. Me revienta los higadillos que los mismos que abrieron estas vías de agua sean los mismos que quieran seguir pilotando el barco que han estado, o están, a punto de hundir. Hasta que no le vea, como Santo Tomás, no lo creeré.