Suelo ir en metro a trabajar. Al alimón. Unos días utilizo el coche, los menos; pero habitualmente utilizo el metro. Salgo de mi casa madrileña, que está ubicada en el norte de la ciudad, concretamente en la calle Monasterio de Liébana -ya es casualidad acabar en una calle tan cántabra entre las miles que pueblan Madrid- y a unos doscientos metros tengo la parada del metro: Montecarmelo, de la línea 10. Me sumerjo en los sonido de mi Ipod, entre rieles, sudores, voceras, lectores que se mueven con su libro al ritmo del traqueteo del vagón y personas que parecen ausentes y que reaccionan de manera automática cuando llegan a la estación de destino, esperando llegar a la estación de Alonso Martínez, donde realizo un trasbordo a la línea 5 que me dejará en Chueca, a unos cien metros del teatro donde de martes a domingo me derramo en el escenario.
Hace unos días, caminando hacia el andén de la línea 5, subíamos en procesión silenciosa y ordenada por unas escaleras que no necesitas subir, de esas que se mueven solas, y donde una joven, a la que no vi la cara porque iba unos diez metros por delante de mí, casi vestida con una casi minifalda, utilizaba la mano derecha para arrimar la breve tela a su culo y privarnos así del paisaje que formaban el final de sus piernas y el principio de su tanga. Es lo que tienen las escaleras mecánicas, que vas por debajo mirando hacia arriba o vas por arriba mostrando tus vergüenzas a los que miran desde abajo. Y la escalera acabó y la mano derecha de la joven volvió a sus quehaceres mientras los ojos ávidos enfocaron a la dirección que debían seguir. Y me acordé de los socialistas. No sólo se han quedado con el culo al aire, sin prendas con las que taparse, sino que ahora nos acusan de tener la mirada sucia. Ahora somos el resto de los españoles, los que les señalamos con el dedo índice, los culpables de que ellos se hayan quedado en pelotas.
Pretenden, con la cara más dura que la Venus de Milo, que olvidemos sus strepteases, sus excesos, sus delirios y sus derroches y acusan a los que tienen que comprar abrigos para el duro invierno de recortar lo imprescindible para conseguir dinero para esas prendas que eviten que el frío invernal nos parta a todos el alma por donde más duele.
La chica del metro se tapó el culo, acabó el ascenso y siguió su camino sin reprochar a nadie las miradas que seguramente presentía sobre sus nalgas. Ellos, los socialistas, te enseñan el culo y cuando llegan al descansillo que anuncia el final de la escalera que les llevaba hacia arriba se giran y, desafiantes, te acusan de pervertido ¡Qué jeta, Dios mío, qué jeta!
Sencillamente genial :) No sabía a donde llevaba el culo de la desconocida joven
ResponderEliminarY encima ni siquiera han usado la mano para ajustarse la falda y disimular sus vergüenzas. ¡Quieren volver a gobernar! ¡Qué jeta, Felisuco, qué jeta!
ResponderEliminarGracias por la generosidad que demostráis al leerme, Un abrazo
ResponderEliminarUnos sienten las veergüenzas de la minifalda y otros carecen de vergüenza a pesar de su "mano larga"
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